El gastroenterólogo Alessio Fasano, que es profesor en Harvard, dio una conferencia en la Academia Nacional de Medicina; presentó una investigación en la que busca entender los síntomas del espectro y su relación con la disfunción gastrointestinal.

Alessio Fasano, gastroenterólogo y pediatra, lidera un programa internacional desde Estados Unidos para dar con una intervención que permita retrasar o mitigar el avance del autismo una vez que un chico lo desarrolla. Su objetivo más ambicioso, como declara, es poder anticiparse a su aparición para intervenir a través de lo que es su área de estudio: la alimentación y el ecosistema intestinal. Aun así, anticipa que “no hay una bala mágica” para todos, pero sí se podrán personalizar las intervenciones.

Esta semana, en la biblioteca del primer piso de la Academia Nacional de Medicina, dio una conferencia magistral organizada por la Asociación Civil Autismo y Neurodesarrollo Argentina (Acayna). Participaron profesionales de la salud y familias, ante los que presentó avances en el Proyecto Gemma, una iniciativa que cuenta con financiamiento de la Comisión Europea y que apunta a comprender mejor los síntomas del autismo y su asociación con la disfunción gastrointestinal en una cohorte de bebés de hasta seis meses que ya tienen un hermano o hermana con un trastorno del espectro autista diagnosticado. Fasano considera que el seguimiento a cinco años o hasta la aparición del trastorno aportará “información única” que permitirá anticipar “hasta en meses” el riesgo.

“El mundo del autismo está cambiando enormemente. Hubo una primera etapa en la que se reconoció el problema, una segunda en la que buscó saber cómo diagnosticarlo en los chicos y la tercera, que es ahora, en la que estamos tratando de comprender por qué [ocurre el autismo] para poder encontrar remedios. La evidencia es bastante robusta en que el autismo es por un problema del neurodesarrollo, con ingredientes inflamatorios y que es uno de los mejores ejemplos de una falta de comunicación entre el cerebro y el intestino o lo que llamamos eje intestino-cerebro.”

“Por eso, hoy hay un paradigma completamente nuevo que aspira a comprender por qué, dada la predisposición genética, algunos chicos desarrollan autismo y otros no. Mientras que en el pasado pensábamos que si un individuo estaba genéticamente predispuesto era su destino desarrollar autismo, hoy ya no es así y todo depende de cómo cada persona juegue sus ‘cartas genéticas’, es decir, su estilo de vida. La evidencia también sugiere que el riesgo de desarrollar autismo sería mucho más alto que tenga un estilo de vida occidental [por la alimentación]. Comprender qué estuvimos haciendo mal, nos dará algunas ideas de cómo resolver el problema de un trastorno que estuvo aumentando drásticamente en las dos últimas décadas.”

En crecimiento

Indicó que ese crecimiento se debe también a una mayor información y una mejor posibilidad diagnóstica de los TEA. Pero afirmó que también existe “evidencia bastante sólida” de que viene cambiando la frecuencia con la que aparece la enfermedad. “En los años 70 –según argumentó–, la prevalencia del autismo era de uno en 10.000 chicos y, ahora, de 1 en 36. Claro que esto no es exclusivo del autismo porque hay muchas otras enfermedades inflamatorias crónicas que están aumentando (Alzheimer, autoinmunes, Parkinson o cáncer), pero el autismo tiene un patrón de crecimiento definido y siempre en la misma población. Y este cambio es en un intervalo tan corto que no se puede atribuir a una mutación genética o una degeneración asociada con el envejecimiento. Es por la epigenética.”

Fasano es jefe de Gastroenterología y Nutrición Pediátrica en el Massachusetts General Hospital para Niños y dirige el Centro de Investigación Celíaca, donde con su equipo se especializan en el tratamiento de pacientes –adultos y pediátricos– con trastornos asociados con el gluten, incluida la enfermedad celiaquía, la alergia al trigo y la sensibilidad al gluten. Además, dirige el Centro de Investigación de Inmunología y Biología de las Mucosas y es profesor visitante de pediatría en la Escuela de Medicina de la Universidad de Harvard. Fue invitado para dar una conferencia magistral en la ANM por Acayna y participó en el Congreso Mundial de Gastroenterología Pediátrica en esta ciudad.

Al referirse al “paradigma del autismo”, planteó que hay una “triangulación” entre la permeabilidad intestinal –Fasano descubrió hace más de una década el marcador con la que se estudia en la práctica clínica, la zonulina–, el microbioma intestinal y la respuesta del sistema inmunológico que lleva a la inflamación crónica. “En las personas que estudiamos –explicó el investigador–, el ecosistema intestinal, que es lo que llamamos el microbioma, es el elemento clave que influye, en el caso en que se desarrolle autismo, en cómo y por qué se van a activar los genes cuando existe la predisposición genética al trastorno. Hay muchos factores que influyen en ese ecosistema, como el estilo de vida, el parto por cesárea, el uso de antibióticos, la exposición a la contaminación ambiental y el estrés, por ejemplo, pero lo que más impacto tiene es la nutrición. Se está estudiando cómo modificar el microbioma [a través de la alimentación] para lograr mitigar ese riesgo. Ahora, con la secuenciación del genoma completo, sabemos que no es tanto los genes involucrados sino su función.”

Aun cuando se suelen usar como sinónimos en el ambiente interno del tracto gastrointestinal, microbiota y microbioma no son lo mismo y Fasano, a los fines de sus investigaciones, también señala ese error común. “La microbiota es la composición del ecosistema intestinal, con virus, bacterias, parásitos, etcétera, mientras que el microbioma es cómo se comunican con el huésped humano. Nos interesa más este último porque es el que nos dará más información”, planteó.

Pero aún es temprano en esos trabajos como para hablar de una relación causal con el autismo. “Una cosa es la asociación y, otra, la causalidad. Sabemos que los chicos con autismo tienen ciertas preferencias con las comidas y que la alimentación modifica el microbioma, lo que sería la consecuencia y no la causa. En estos momentos, hay un fuerte impulso a avanzar científicamente de la asociación a la causalidad porque, si demostramos que el microbioma es la causa, pasaría a ser un objetivo legítimo de intervención para mitigar la inflamación asociada.”

La iniciativa

De eso se trata el Proyecto Gemma con el seguimiento a una cohorte de bebés desde el embarazo y con sospecha de que pueden desarrollar autismo a partir de tener un hermano o hermana con el diagnóstico de un TEA. A partir de los primeros ensayos que impulsa ese consorcio de 16 “socios”, incluidos investigadores, bioinformáticos y especialistas en IA, ONG y empresas de la industria farmacéutica y alimentaria, contó: “Observamos cambios en el microbioma que anteceden a la aparición del autismo. A veces, meses antes. Eso nos permitiría dar con un blanco de intervención para mitigar el riesgo o, si el trastorno apareció, reducir la velocidad si no es detener la progresión. Tenemos que hacer algo con el autismo y eso demanda encontrar la causa para diseñar una intervención”.

Las preguntas que apuntan a responder con el programa y el análisis de los datos que están reuniendo incluyen si el microbioma tiene que ver con el autismo y, si es así, cómo o qué vías metabólicas intervienen, entre otras. El programa tiene tres áreas de estudio: la preclínica con modelos animales, la de observación clínica con el seguimiento de los participantes y, si desarrollan autismo, la tercera es la de intervención –sería a través de un complemento nutricional con probióticos y azúcares– para mitigar el avance del autismo, según explicó Fasano sobre la meta a alcanzar, aunque aún no habló de tiempos.

“Claro que el objetivo más ambicioso es prevenir la aparición del autismo –agregó, de inmediato–: hallar la mínima firma genética para que, dada la predisposición, ciertas condiciones del entorno y la exposición a ciertos factores ambientales, poder modificar el ecosistema intestinal. Esto nos dará la oportunidad de intervenir. ¿Cómo? No podemos cambiar los genes de un chico por nacer ni el ambiente, pero sí el microbioma. Si podemos volver ese ecosistema a las condiciones que debería, esperamos poder detener la progresión de los trastornos autistas.”

¿Qué peso considera con el conocimiento disponible que podría tener el eje intestino-cerebro que investiga en el mecanismo por el que se desarrollan los TEA? “Diría que el microbioma tiene alta importancia instrumental. Todas las piezas son importantes, pero la que vemos que podemos manipular realmente es esa. Y la mejor forma es a través de la alimentación [como ocurre con la celiaquía], que es tan buena como la medicina. Ahora, si la pregunta es si vamos a encontrar una bala mágica para todos los chicos con autismo, no, absolutamente no. Si la pregunta es si existe la posibilidad de tratarlos si sabemos cómo llegaron a desarrollarlo, la respuesta es sí y, para eso, necesitamos entenderlo primero. Con eso vamos a poder estratificar a esa población, lo que significa personalizar la medicina.”

Por Fabiola Czubaj – La Nación

Noviembre 2024